El aspecto más novedoso de la entronización de Donald Trump es su estilo prepotente y sus mentiras desembozadas. Un estilo que se ha elevado a la categoría de una nueva era de la política.
Algunos plantean que se ha entrado en la era de la posverdad porque no se explican que los electores hayan creído las mentiras que contó Donald Trump. Efectivamente, el New York Times señala que se ha probado que el 70% de los hechos argumentados por Trump durante la campaña electoral eran falsos.
Creo que es exagerado pensar que hayamos entrado en una nueva era posverdad. Es una simplificación plantear que quienes votaron por el Brexit, por Trump o en contra del plebiscitó sobre el acuerdo entre las FARC y el gobierno colombiano como se argumenta, representen un fenómeno nuevo. Cada uno de aquellos votos se explica por razones propias y especificas. Aunque en todos los casos se trata de victorias de políticas conservadoras derechistas, debe reconocerse que el Brexit se debe principalmente a la crisis de la Unión Europea; la victoria de Trump a las consecuencias de la crisis de 2008 y el predominio de la alternancia en el poder; la derrota del referendo colombiano a las características excluyentes del sistema político de ese país. En todos los casos se ven las dificultades y agotamiento de las propuestas centristas.
En todos los casos, tiene que ver con la construcción de los imaginarios políticos y la crisis de legitimidad de las democracias frente al aumento de las desigualdades sociales provocadas por la globalización neoliberal. Antes que una era posverdad, se trata del avance de las posiciones conservadoras.
Ello no evita el destacar nuevos instrumentos en la construcción de lo que el barbudo renano consideraba como construcción falsa de la realidad en la superestructura de las sociedades. En esa medida, recordar el efecto de los logaritmos usados por los nuevos medios sociales de comunicación que favorece la circulación de opiniones antes que de hechos. Logaritmos diseñados con las perspectivas de consumo estrechas para favorecer los planes de negocio de los google, facebook, tweeter y otros.
Más allá de ello, debe recordarse que la literatura muestra, desde Spinoza hasta Foucault y Bourdieu pasando por Jean-Pierre Faye, que hay tal novedad en destacar la distancia entre el discurso público y la verdad o los hechos: ellos no son sinónimos.
El siglo XX está lleno de ejemplos que muestran que una idea falsa puede aparecer como verdadera dependiendo de sus condiciones de producción y de circulación en el discurso público. Baste recordar un último ejemplo, como el esgrimido por la derecha brasileña para destituir a Dilma Roussef, calificando de corrupción el que no usara las cifras del erario publico, siendo que es lo que hacen los otros gobiernos en otros países del mundo y ocultando que la verdad es que los ladrones iban tras el juez.
En el caso de la victoria de Trump y su construcción como líder antielite, se impone una crítica al periodismo estadounidense que cubrió abundantemente los exabruptos de Trump para vender más periódicos y tiempo de antena. Pero no debe olvidarse al analizarse la victoria (sin voto popular) que esta vez, como en 2000 cuando fue derrotado Al Gore, la alternancia en el poder favorecía naturalmente a los republicanos en la elección presidencial, aunque esta vez fuera Donald Trump.
Eso no evita considerar un factor importante de preocupación que el estilo Trump sea impulsivo y errático.
Ya se ha visto que no ha respetado la regla no escrita de la reserva que debe tener el presidente electo hasta su entronización el próximo 20 de enero. Desde ya actúa como si fuese el presidente, pese a que no puede haber dos presidentes de Estados Unidos como dice Obama. Pero ello no tiene nada que ver con una pretendida era posverdad.