Los gobiernos populistas de izquierda están enfrentados a una crisis y retornará triunfante una nueva derecha latinoamericana, esta vez sin golpes de estado.
Es lo asevera cierta prensa latinoamericana e internacional dominada por algunos grandes consorcios que destacan el surgimiento de una nueva derecha, que sería del estilo de Peña-Nieto, de Macri y Capriles. Lo real es que hay una inédita arremetida para desestabilizar los gobiernos progresistas y favorecer la vuelta al poder de gobiernos que apliquen políticas neoliberales.
La situación pone en evidencia las dificultades de cierta izquierda populista cuyas políticas públicas tocan techo porque no previeron realizar cambios de estructuras. Ella ve agotarse las fuentes de un modelo que recurre a excedentes estatales para desarrollar políticas públicas redistributivas en lo interno, mientras mantiene el modelo de exportación de commodities propio de la tradicional inserción dependiente de las economías latinoamericanas sumisa a los ciclos de la economía mundial.
No hay tal avance de la nueva derecha. La ciudadanía sigue favoreciendo políticas públicas progresistas que la izquierda latinoamericana parece incapaz de asegurar estratégicamente. Veamos algunos elementos que justifican esta reflexión.
Ciertamente, la victoria del derechista Mauricio Macri en las elecciones presidenciales en Argentina, marcó el fin de 12 años de populismo progresista de corte kirchnerista en ese país. Sin embargo, el nuevo presidente argentino se enfrenta a gran oposición social hacia los despidos en la administración pública, el fin de la ley de medios de comunicación que favorece a Clarín, de liberación del precio del dólar estadounidense y de acuerdos con los fondos buitres. La derecha no tiene apoyo social para imponer nuevamente las viejas políticas neoliberales. Antes que una victoria de las posturas neoliberales de Macri, se trató de una crisis del populismo peronista que no consiguió trascender el caudillismo de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El desafío es grande porque la derecha cuenta con los medios para denigrar el gobierno Kirchner.
En Venezuela, la victoria de la derechista de la Mesa de Unidad Democrática, en diciembre, cambió la relación de fuerzas políticas entre el gobierno del presidente Nicolás Maduro y el nuevo Congreso. Un primer retroceso importante de la autoproclamada revolución bolivariana que incrementa la tensión entre el poder ejecutivo y el legislativo. Aunque novedosa en América latina, es un fenómeno recurrente en las democracias representativas de otras latitudes. El nuevo contexto no debe hacer olvidar la incapacidad del gobierno del Partido socialista unificado de Venezuela en realizar cambios estructurales conducentes a una diversificación de la economía venezolana que le permita escapar a las crisis recurrentes, provocadas por el carácter el carácter cíclico de la producción de hidrocarburos del modo de desarrollo extractivista. La caída en los precios internacionales favoreció una crisis económica caracterizada por alta inflación y caída en las recaudaciones fiscales que afecta los programas sociales y favorece la corrupción.
Es necesario destacar que, pese a la retórica del socialismo del siglo 21, no se concretizó el Golpe de Timón prometido en un momento por el fallecido presidente Hugo Chávez. Aunque las fuerzas de derecha en Venezuela, en la región, en Washington y la prensa que controlan, proclaman todas, el fin del proyecto bolivariano, la derecha, muy dividida, debe aún mostrar su capacidad de enfrentar la crisis y ganar las próximas elecciones de 2018. No hay adscripción a las pretendidas fuerzas de la nueva derecha.
En Bolivia la reciente derrota de Evo Morales en el referéndum del 20 de febrero que le hubiera permitido volver a postular a la presidencia para el periodo 2020-2025, se explica más como una exacerbación del populismo caudillista de izquierda, antes que un apoyo a una inexistente nueva derecha boliviana. A Evo Morales le quedan tres años de gobierno y tiene la oportunidad de transformar su movimiento populista en torno a su persona en un proyecto más amplio que consolide la nueva Bolivia democrática y pluricultural.
Los casos de corrupción se transformaron en la punta de lanza de las fuerzas conservadoras que no consiguieron ganar las recientes elecciones presidenciales en Brasil. Pese al fracaso del movimiento por el impeachment de la presidenta Dilma Roussef, voces se elevan para denunciar la colusión del poder judicial, la policía federal, los monopolios de prensa y las fuerzas políticas derrotadas en las ultimas elecciones nacionales. Ahora se trata de desacreditar al ex presidente Ignacio Lula da Silva, que anunció que presentaría su candidatura.
La situación brasileña evidencia la dificultad de los gobiernos progresistas en pasar a una nueva etapa de profundización de la democracia y de resolución de los problemas endémicos de dependencia del extractivismo vulnerable ante los ciclos de la economía mundial. Ella revela el techo de políticas públicas de redistribución de ingresos que no incorporan cambios estructurales.
Esos son algunos ejemplos que muestran que la tesis de una corriente de fondo del alza de una nueva derecha son exagerados.
Existen otras tesis. Como las de una alternancia en el poder producto del surgimiento de nuevas capas medias beneficiadas por políticas públicas redistributivas, cuyas aspiraciones individualistas crecieron exponencialmente y se derechizaron. Pero no son más que el recalentamiento de ciertas corrientes desarrollistas de los años sesenta frente a los nuevos desafios que se planteaban a la izquierda latinoamericana.
No queremos negar con ello que la izquierda latinoamericana viva una crisis. Los gobiernos populistas de izquierda si viven una crisis y pierden apoyo social al verse obligados a limitar los programas sociales por la caída de los productos de exportación. Pero, pese a la debilidad de otras corrientes de izquierda, esa crisis no anticipa necesariamente el retorno de la derecha o la alternancia. Es de otra naturaleza.
Creemos que hay una crisis de crecimiento de una izquierda populista que llegó al poder político con el fracaso de las políticas neoliberales y que todavía no define el modelo posneoliberal latinoamericano. Un modelo que, entre otros aspectos, requiere diversificación económica, redimensionar el modelo extractivista destinado a la exportación y privilegiar un mercado nacional de consumo, como se lo plantea ahora China. La crisis pone en evidencia el agotamiento de las políticas públicas redistributivas fáciles, alimentadas por años de bonanza de exportaciones. El nuevo ciclo de la economía mundial desestabiliza la economía nacional y contribuye a aumentar las desigualdades sociales, favorece el caudillismo y la corrupción.
A la luz de estos y otros elementos, creemos que el debate sobre el fin de ciclo de los gobiernos progresistas de la región debe enfocarse más bien como el de la dificultad del desarrollo de alternativas de la izquierda latinoamericana frente al neoliberalismo y la crisis cíclica de las commodities.
Los populismos de «izquierda» (Chavismo, Kircherismo, EvoMoralismo) estaban o están condenados al fracaso, basados como están en cimientos insostenibles, particularmente en Venezuela el oro negro por definición agotable y en Argentina con una estrategia de sentarse en los convenios económicos internacionales. La decadencia de sus formulaciones políticas era cuestión de tiempo. La derecha aprovechó el vacío dejado por una verdadera izquierda no desarrollada en absoluto. No es lo mismo que los procesos de Chile, Uruguay y Ecuador que sí están buscando un camino más realista.