Una noticia que ocupa la atención esta semana fue la victoria de la derecha Argentina. El derechista Mauricio Macri de Cambiemos, obtuvo el 51,40% de los votos y Daniel Scioli, el candidato del Frente de la Victoria, el 48,6%. Las encuestas no se equivocaron esta vez y en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Argentina la derecha y vuelve al gobernó y termina con 12 años de populismo progresista del Kirchnerismo. El deseo de cambio del electorado impone el regreso del péndulo político argentino hacia la derecha. Por lo menos esta vez no ocurre producto de un golpe militar como ocurría en el siglo 20. Lo cierto es que se inicia un nuevo ciclo en la política Argentina que repercutirá en ese país y en América Latina.
La victoria de Macri y la política Argentina
A pesar de que el nuevo presidente Mauricio Macri prometió durante la campaña que va a respetar los programas sociales de distribución de ingresos del kirchnerismo y moderó en la campaña sus propuestas iniciales de privatización, está claro que se trata de una restauración conservadora que retorna a políticas neoliberales como las de Carlos Saúl Menem en los años noventa, que terminaron con el “corralito”.
El nuevo gabinete está compuesto de neoliberales notorios. Desde ya, promete que el primer gesto, cuando comience su gestión el 10 de diciembre será la devaluación del peso Argentino para evitar la brecha entre el mercado de divisas oficial y el paralelo. Una medida que tendrá un gran impacto en los salarios, los precios y los empleos.
Ganó la batalla el “plan buitre” porque Macri ya ha prometido que pagará lo que exigen esos fondos especulativos. Pese al apoyo a las políticas sociales, las dificultades en controlar la inflación y la campaña de los medios de comunicación en manos de la derecha crearon inestabilidad y el deseo de cambio que terminó encarnando Macri. La mala definición del candidato, Daniel Scioli, que no aparecía realmente como continuador del Kirchnerismo, llevó a la sorpresa de los resultados en la primera vuelta y su confirmación en la segunda vuelta.
Sin embargo, en política interna Macri tendrá dificultades por el peso de los sindicatos peronistas y la popularidad de medidas de protección de los más vulnerables, muy enquistadas en vastos movimientos sociales argentinos y además en la burocracia estatal, según algunos autores. Muchos como el premio Nobel de la Paz Adolfo Perez Esquivel, le hacen presión para que no acepte la presiones de su base electoral de ultraderecha que pide que se suspendan los procesos contra represores de la dictadura militar que han dejado 370 condenados de 2.071 acusados.
El impacto en América Latina
El nuevo gobierno de Mauricio Macri reorientará la política exterior Argentina. A 12 horas de su elección comenzó a atacar el presidente Nicolás Maduro de Venezuela pidiendo que se expulse a Venezuela del Mercosur aplicándole la clausula democrática de ese tratado.
Cuando los gobiernos progresistas latinoamericanos y los movimientos sociales saludan el 10º aniversario del No al ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas) cuando en la Cumbre de Mar del Plata se le dijo No a EE.UU, el nuevo gobierno Macri plantea estrechamiento de los acuerdos neoliberales de comercio internacional y estrechmaiento de relaciones con EE.UU. y la Union Europea. Propone abrir el Mercosur al Acuerdo Transpacífico. Los cambios repercutirán hasta en las orientaciones políticas de Unasur.
Para cierta izquierda moderada en América Latina es una derrota mayor. Emir Sader, afirma que se trata de la primera vez desde 1998, cuando se eligió presidente a Hugo Chávez en Venezuela que un gobierno progresista es derrotado y se interrumpe la construcción de una alternativa al neoliberalismo. Los gobiernos progresistas de Venezuela y Brasil sobrevivieron con victorias estrechas.
Pero las perspectivas son sombrías para esos gobiernos populistas progresistas, que sin plantearse cambios estructurales, se inscriben como alternativa al neoliberalismo. Algunos (Alvaro Cuadra) plantean que la derrota del Kirchnerismo en Argentina pone de manifiesto la tensión entre un proyecto histórico, que es en realidad un proyecto de sociedad que requiere largos años, en realidad varios mandatos sucesivos para imponerse y concita finalmente la necesidad de cambios estructurales para ser viable. Y, por otro, la democracia electoral representativa que sanciona de manera periódica ese proyecto, en plazos exiguos, tendiendo a la alternancia en el poder. Los populismos progresistas han históricamente buscado resolver esa tensión en torno a un liderazgo carismático, que algunos asimilan al caudillismo de otras épocas. Es lo que ocurrió con los esposos Kirchner en Argentina, con Hugo Chávez en Venezuela, con Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, con Ignacio Lula Da Silva en Brasil.
El problema es que ahora se ven confrontados a una nueva derecha, que también tiene líderes carismáticos embanderados de modernidad que oponen un populismo de derecha, a los populismos progresistas. Por lo menos en Argentina la derecha neoliberal ganó esa apuesta.
El problema con Argentina y en una medida parecida pero no igual con Venezuela es que se han basado en una filosofía relativamente «fácil» de digerir porque descartan el principio de pagar según normas internacionales. Es fácil no pagar cuando eres un país. No se puede meter preso a un país. Venezuela se basó en un precio «eternamente» elevado de su petróleo y nunca calculó a futuro, cuando las vacas flacas podían llegar. Jauja no es realista hay que reconocerlo.